domingo, 17 de enero de 2010

SORTILEGIO (Serie Los Donovan)


Negro como la noche, el lobo corría bajo la luna llena. Corría por gusto y corría solo, a través de los árboles, de las sombras moradas del bosque, de la magia nocturna.
El viento del mar silbaba canciones antiguas, azotaba los pinos, llenaba el aire con su fragancia. Pequeñas criaturas de ojos brillantes se ocultaban y miraban la bala depredadora que corría
aullando a través de la niebla que envolvía el suelo.
Sabía que estaban allí, podía oler las, oír el latido temeroso de sus corazones. Pero esa noche no cazó nada, salvo la noche misma. No iba acompañado, no tenía más pareja que la soledad.
Una inquietud lo consumía. En busca de paz y sosiego, el lobo conquistaba el bosque, subía a los acantilados, rodeaba los descampados, pero nada lo aliviaba ni satisfacía.
Cuando el sendero comenzó a inclinarse y los árboles se espaciaron, redujo la velocidad y olfateó el aire. Había algo... algo que lo seducía e impulsaba a coronar los acantilados del Pacífico.
Subió las rocas con decisión y aguzó la vista buscando, explorando. Allí, en ese punto en que las olas rompían y la luna se bañaba blanca y llena, alzó la cabeza y aulló. Al mar, al cielo y a la noche.
A la magia. El aullido resonó, se expandió, llenó la noche con su pregunta, con un poder tan natural como respirar. y los susurros que le respondieron le dijeron que se avecinaba un cambio. Era el destino. De nuevo, el lobo de dorados ojos alzó la cabeza y aulló. Quería saber más, era importante. En algún lugar del horizonte un relámpago rompió la noche con un destello blanco y cegador. Después, sólo un segundo más tarde, se pudo oír la respuesta. El amor se acerca. y la magia retembló en el aire, bailó sobre el mar a carcajadas. El cielo se consteló de estrellas. Y el lobo observó, escuchó. Incluso cuando regresó al espesor y a las sombras del bosque, la respuesta lo persiguió.
El amor se acerca. La inquietud que lo consumía le aceleró el corazón, lo lanzó disparado entre los árboles, desgarrando la niebla con cada paso. La sangre le hervía, giró a la izquierda, hacia el suave brillo de las luces. La ventana de un refugio le daba la bienvenida. Los susurros de la noche enmudecieron. Mientras subía las escaleras, una nube blanca lo envolvió, resplandeció una luz azulada. Y el lobo se convirtió en hombre.

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